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Alpujarra

Literalmente “Tierra de la seda” ocupa toda la vertiente sur de Sierra Nevada desde sus más altas cumbres, techo de la Península Ibérica y reino de las nieves perpetuas, hasta la soleada Costa Tropical bañada por nuestro cálido mar Mediterráneo.


Esta diversidad climática, y su fuerte topografía hace que hablar de la Alpujarra sea hablar de una policromía paisajística sin igual regada por infinidad de cantarines arroyos. Sea también viajar desde salvajes bosques milenarios de robles, castaños encinas y quejigos hasta frondosos bosques tropicales, ya amansados, de aguacates, chirimoyos y palmeras, pasando entre tanto por preciosos huertos de almendros, cerezos, higueras, olivos, viñas, naranjos y limoneros. Y entre ellos, pequeñas cortijadas, arquerías y pueblos blancos.
Pueblos que se dispersan por la orografía, con la medida distancia del respeto para su intimidad pero con la necesaria cercanía para sentirse acompañados. Pueblos que presentan la singular arquitectura de casas de chimeneas, terraos y floridos tinaos, ordenadas en calles, imposibles de ver en la distancia, haciendo de los pueblos un conjunto escalonado de casas sin solución de continuidad, en el que tan solo se destaca la torre de la iglesia, antigua mezquita, como perenne centinela.
En las afueras las huertas, dispuestas en terrazas escalonadas, regadas por acequias milenarias festoneadas de álamos, mimbres y plantas aromáticas que hacen de su paseo un despertar de los sentidos.


Nombres como Atalbeitar, Almejijar, Canjayar, Mecina, o Tedel dan claro testimonio de moradores árabes, que supieron compaginar su cultura con los que ya habitaban estas tierras cuando ellos llegaron y de lo que aún da buena prueba nombres tan sonoros y bonitos como Picena, Mairena, Mamola, Bérchules, Laroles, Capileira o Pampaneira, y que afortunadamente, se conservan tras milenios de existencia.


Esta diversidad paisajística unida a la sucesión de diferentes culturas desembocan irremediablemente en una variedad de tradiciones que se reflejan en su música, su danza y fundamentalmente en su gastronomía ocupando esta un lugar de privilegio en la cocina tradicional andaluza. Estas raíces enriquecidas, se reflejan igualmente en el carácter inquieto del alpujarreño, que aunque austero es acogedor y amable, amante de su tierra, emprendedor y conservador de sus costumbres, y que no tiene problemas en colgar a la entrada de sus pueblos el cartel que reza “extranjero, quédate a vivir con nosotros”

 

 

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